jueves, 19 de diciembre de 2013

Señales ocultas

Érase una vez… Raúl. Raúl, es un chico de 12 años que está en sexto curso de primaria y que empieza a preocuparse por algo. Pero vayamos al principio…

Pongámonos en situación. Una familia de un nivel socio-económico medio. Unos padres trabajadores que cubren las necesidades de Raúl y de su hermana Laura, de 22 años, estudiante de Psicología. No les falta de nada gracias a la preocupación y el esfuerzo de sus padres y a la aportación económica de Laura cuando le es posible trabajar. Una familia “normal”, dentro del concepto que se tiene de normalidad familiar.

Raúl, desde pequeño, ha sido estudioso, muy ordenado y obediente. Alguna vez que se ha intentado rebelar contra sus padres, ellos le han parado los pies con algún castigo que ha cumplido sin rechistar. Podríamos pensar que ha aprendido de su hermana mayor esta forma responsable de actuar, pero ella es más contestona y más despistada. Así que este comportamiento no se ha adquirido por imitación ni aprendizaje fraternal.

Respecto a la relación familiar, por lo general existe harmonía entre todas las partes, quitando las “típicas” discusiones familiares que todos tenemos o hemos tenido en alguna que otra ocasión: “Papá, ya tengo 12 años, déjame ir solo con mis amigos a ver el partido”; “Mamá, por qué no me dejas ir a la fiesta, ya tengo una edad…”; “Vaya hermana que tengo que no me acerca al cine en coche, para una cosa que te pido…”; etc. Problemillas que suelen solucionarse desde el diálogo y la paciencia. Pero, por otro lado, buen ambiente no existía en el colegio. Desde pequeño, Raúl no había encajado mucho con sus compañeros de clase y eso también le afectaba y le hacía refugiarse más en sus libros. Los chicos solían burlarse de él: “cerebrito, rarito, gafotas…” eran algunos de los adjetivos.

Bien. Una vez puestos en escena, sigamos con la historia personal de nuestro protagonista. Cuando Raúl empezó a preocuparse por su comportamiento pasó por un gran abanico de emociones: confusión, tristeza, vergüenza, pero sobretodo ansiedad. Él no entendía lo que le estaba pasando y por eso no podía explicárselo a nadie, pero sabía que había algo en él diferente a los demás, algo “especial”, como solía decirse a sí mismo. Así que, con la necesidad que tenemos todos de etiquetar las cosas para darnos seguridad, y ya que él carecía de ella en estos momentos, puso un nombre a sus extrañas acciones, las llamó: “mis tonterías”. Necesidad de tenerlo todo controlado siguiendo las normas estrictamente; dedicaba mucho tiempo al estudio, más que otros niños de su edad, porque consideraba que tener ratos libres era una pérdida de tiempo; todo bien planificado; alta exigencia consigo mismo; etc. Pero, lo que más le preocupaba, eran los pensamientos que le surgían espontáneamente y no podía controlar, y las “tonterías” (según él) que realizaba para intentar controlar esos pensamientos que se le aparecían y que le generaban malestar y la ya mencionada ansiedad.

Raúl fue creciendo y aceptando lo que le pasaba, volviéndose cada vez más perfeccionista y agravándose estos síntomas, generando aún más ansiedad en su vida cuotidiana. Tanta, que había veces en que Raúl consideraba que se estaba volviendo loco y que necesitaba ayuda de manera urgente. Y así lo hizo, cuando tenía 15 años intentó explicárselo a sus padres y a su hermana, pero no supo detallarlo bien porque ni él sabía lo que le pasaba exactamente y sentía vergüenza, así que la familia no le dio mucha importancia y lo justificaron pensando que sufría demasiado estrés en el instituto. Le ofrecieron apuntarse a alguna actividad extraescolar, pero él no quiso, quería basar todo su tiempo en el estudio. Laura, en cambio, se quedó un poco más preocupada, pero también pensó que debía relajarse y esa ansiedad disminuiría.

¿Qué le pasa a Raúl?

Raúl tiene un trastorno llamado: Trastorno Obsesivo-compulsivo de la Personalidad (TOC). Ahora detallaremos por qué.
Por lo general, las personas que tienen este trastorno se identifican como personas perfeccionistas, responsables y cuidadosas, incluso maniáticas. Pueden pasar desapercibidas, sobre todo si el trastorno solo se caracteriza por tener pensamientos intrusivos y rituales mentales, porque todo se encontraría a nivel psicológico del sujeto y no estaría a la vista de familiares y amigos. Pero, en el caso de Raúl, también había compulsiones.

Definamos cada concepto:

Obsesiones, serían los pensamientos intrusivos. Pensamientos que se le aparecen al sujeto de forma repetitiva e incontrolable en un primer momento y que generan ansiedad.

Compulsiones: Son las acciones, llamadas también rituales, que realiza el sujeto para disminuir los pensamientos intrusivos, para hacer que desaparezcan las obsesiones, y por lo tanto, la ansiedad.

Llevemos estos dos conceptos a la práctica. A Raúl, había un pensamiento que se le aparecía a menudo: “Si no haces X, le pasará algo malo a tu hermana”; “Si no haces X, tu madre tendrá un accidente”; etc. Pensamientos relacionados con la muerte de seres queridos. Esto le provocaba mucha ansiedad y se sentía responsable de ellos, de “salvarles la vida”. Así que él mismo, desde su pensamiento mágico, creía que para que eso no pasara, tenía que remediarlo haciendo algo à ritual. Ejemplo: “Si no cierras la puerta 3 veces, tu padre se caerá y le ingresaran en el hospital”. Ansiedad elevada, ¿para disminuirla? Se acercaba a la puerta y la abría y cerraba 3 veces. Disminución ansiedad. O, a nivel más mental, “si no cuentas hasta 8, le pasará algo a tu familia”. Pero cada vez que cumplía un ritual esto creaba más pensamientos obsesivos y más compulsiones  a largo plazo y, en consecuencia, una elevación de la ansiedad cada vez mayor.

Los sujetos que padecen este trastorno, TOC, son conscientes de que tienen un pensamiento ilógico que no corresponde a la realidad. Saben que crean sus propias reglas para disminuir este malestar, y hasta que no las cumplen mediante los rituales no desaparece. Pueden creerse salvadores en su pensamiento mágico, como es el caso de Raúl que realiza rituales para que no le pase nada a su familia, pero saben que es ilógico y son conscientes de lo que hacen y de que no hay una relación real causa-efecto. Pero no pueden parar, necesitan eliminar esa ansiedad que les limita la vida en muchas ocasiones.

¿Por qué viene dado?

Hay muchas causas que predisponen a la persona a tener Trastorno obsesivo-compulsivo: biológicas, una educación demasiado rígida, factores sociales, rasgos personales… En el caso de Raúl, el desencadenante fue un acontecimiento en la infancia que abrió la puerta a esos pensamientos obsesivos y a esas compulsiones.  

Me explico. Recordemos que Raúl no encajaba en clase desde pequeño, y eso hacía que se refugiase más de lo debido en sus estudios. Un día, las burlas hacia él fueron más duras de lo normal, tanto, que Raúl no podía evadirse y pensar en otras cosas, no pudo hacer caso omiso y, como no era de meterse en peleas ni de discutir, se desahogó con este pensamiento dirigido a un compañero: “Ojalá te hicieses mucho daño y acabases en el hospital”. Casualmente, al cabo de un par de días, su agresor verbal no vino al colegio. Raúl se sintió aliviado, hasta que la profesora les comunicó que no vendría porque había sufrido un accidente de coche y estaba en el hospital grave. A partir de aquí, por esta causa-efecto, que evidentemente no era real, Raúl lo percibió como algo que había provocado él y se sintió culpable, todo a nivel inconsciente. Se gravó en su cerebro y por eso surgieron todos esos pensamientos obsesivos posteriores, procedentes de la culpa. Todo esto puede surgir tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente.
En este caso, Laura, empezó a percibir señales que emitía Raúl, ahora con 18 años, y se interesó por su problema, porque empezó a verlo más extraño de lo habitual, más distante. Comenzaron a indagar para llegar a la raíz. Recordemos que Laura estudiaba Psicología, ahora ya Licenciada, y empezó a relacionar los síntomas con conceptos estudiados durante la carrera. Ella empezó a sospechar y supo cómo hacerlo para que Raúl dejase a un lado la vergüenza y le explicase lo que pasaba con detalle. Poco a poco, llegaron a ese pensamiento desencadenante: “Ojalá te hicieses mucho daño y acabases en el hospital” de hacía años, y racionalizaron por qué pensó eso. Él no quería hacer daño a nadie. Ese desahogo interior simplemente significaba “déjame tranquilo, no quiero que vengas a mi clase”. Quería que desapareciese de su vista, de su vida, no que enfermase ni muriese. Es ahí cuando Raúl disminuyó sus síntomas y, en consecuencia, su ansiedad. Cuando descubrió el por qué y entendió lo que le estaba sucediendo, cuando su hermana le hizo racionalizar ese pensamiento, darle una justificación.

En muchas ocasiones, como en este caso expuesto, este trastorno desaparece o disminuye altamente sus síntomas cuando se descubre la procedencia del mismo y se da una explicación lógica que no se pudo dar Raúl cuando tenía 12 años, porque no sabía de donde venía. Ahora, con casi 19, tiene la madurez suficiente para saber por qué pensó esa maldad y sabe justificarlo y razonarlo. Es en este punto donde el trastorno empieza a desaparecer.



Para finalizar, decir que el 80% aproximadamente de las personas diagnosticadas con TOC, inician su sintomatología antes de los 18 años. Con una existencia de un 1% en la población adolescente, que aunque parece poco, es una cifra importante. Además, también hay que tener en cuenta que es un trastorno difícil de ver y diagnosticar, que está muy oculto en nuestra sociedad y que quizá debido a eso, esa cifra sea aún más elevada.

¿Conocéis este trastorno? ¿Creéis que debemos prestar más atención a las señales que nos intentan transmitir nuestros seres queridos?




No hay comentarios:

Publicar un comentario